lunes, 2 de julio de 2012

El Dominio

Entre mi grupo de amigas, 50 se ha convertido en un punto de encuentro. Lo leémos, cada quien en su casa, cada quien a su tiempo, cada quien en el idioma que más le gusta. Pero al final del día, no podemos dejar de comentar el libro. Y como en todo, las opiniones son muchas y variadas. Y mientras a unas les hacen figura algunas cosas, para otras, estas cosas se pasan al fondo. Sólo estamos de acuerdo en una cosa: lo mucho que nos gusta el Sr. Grey.

Si, es un personaje escrito por una mujer, para mujeres. Si, ese tipo de hombres no existen en la vida real. Si, nos fascina y nos amarga al mismo tiempo, porque lo imaginamos, lo evocamos, le ponemos la cara de nuestro actor favorito (o nuestro esposo, como ha pasado en algunos casos). Pero ultimadamente, se desvanece porque sólo existe en el mundo de nuestra imaginación. 

Porque únicamente en el espacio que ocupa nuestro mundo fantástico estaríamos dispuestas a permitir que un hombre dominara nuestras vidas de la forma en que Christian domina la vida de Ana. 

El impacto del contrato empieza cuando empezamos a leer lo que implica, y termina cuando leémos la última palabra. Dudo que a muchas les provoque algún azote. De que hay cosas en el contrato que nos caen como sorpresa, si. Especialmente el uso de ciertos implementos (confiésome que algunos no sabía que existían). 

Lo que más impresiona, creo, son las cláusulas de obediencia y castigo. Si, ya veo que una mujer de este siglo, con tantita materia gris esté dispuesta a permitir que el hombre decida cuantas horas va a dormir, cuantas horas se va a ir al gimnasio, que va a comer, que ropa va a usar y que amigos va a frecuentar. Pedirle permiso a un hombre es cosa del pasado; a lo mucho, las mujeres de mi generación le pedían permiso a sus papás (no tengo hijas, pero mis hijos apenas me lo piden). 

Hemos estudiado y trabajado lo suficiente para declararnos autosuficientes, capaces de tomar decisiones  y ser dueñas de nuestro propio destino. Christian nos pide otra cosa. 

No veo porque no comprometernos. Finalmente, Anastasia se compromete y él también. ¿Sería un pecado obedecer un poco más a nuestros hombres? ¿Qué no es el alter ego de Christian, el dominante, en perfecto control de todo lo que nos jala a la lectura? Yo en lo personal, no encuentro ningún problema con un hombre que, al pasar el umbral de la recamara sepa exactamente lo que quiere, como lo quiere y cuando lo quiere. Y más que eso, saber que es lo que queremos nosotras. Porque después de las muchas veces que he leído los libros (esta última es para poder escribir esto! Que quede claro), la atracción para mí es esa: para Christian no existe mayor placer (y si, me refiero al placer sexual) que ver a Ana redoblarse en gozo. Grey es un megalómano en el mundo del negocio y se mueve por la vida como Maestro del Universo. Pero en la récamara y en el Cuarto Rojo del Placer, sus ojos son exclusivamente para Ana. La MIRA!!!! Y a mi que venga una mujer a decirme que no le gusta que su hombre la mire. Y mirar no es precisamente ver. Mirar es estar presente, cerrando todo lo que hay alrededor: es un ejercicio perfecto de llevar al fondo todos los detalles, la música, el juguete, la ropa, y traer a la conciencia la figura que es ella: la venera, la goza, la sube y la lleva a los lugares más profundos y oscuros de su psique y sabe, de una forma experta como mantenerla en el presente. En pocas palabras: la hace sentirse viva, la hace sentir. Y yo veo a mi alrededor, y noto, que esta cualidad, la de estar es una cualidad que hemos perdido, y no solamente en la recámara. 

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