miércoles, 4 de julio de 2012

La reunión del Club

Ayer, un grupo de amigas nos juntamos para la primera reunión del Fifity Shades Book Club de Puebla. La idea era pasar un rato platicando del libro y comentar algunas preguntas y así poder compartir nuestra experiencia cuando leímos el primer libro (nos limitamos al primer libro porque sólamente tres de las ocho hemos completado la trilogía). Sacamos unas conlcusiones muy interesantes, estuvimos de acuerdo en varios puntos y en otros no tanto. 

Y entre acuerdos y desacuerdos, risas y chacoteo, lo que yo más rescato de esto es que el libro, esté bien redactado o no, sea un trabajo de ficción sencillo (no se lee porque es una obra maestra), sea superficial o no, nos shoquee, nos alarme, nos frustre (porque no hay hombres como Christian), nos enseñe o no, el libro fue capaz de juntarnos para hablar del tema de la sexualidad sin tener que susurrarlo, sin tener que avergonzarnos ni sentirnos "mal" por hacerlo. Nos permite ser mujeres, con mujeres. 

Aquí va un pequeño resumen…(Para quienes leyeron el libro en español, disculpen que cito en inglés, pero yo lo leí así y me gusta más como suenan algunas cosas que se dicen en el libro en inglés). 

Para poderlo discutir con un orden relativo, utilizamos unas preguntas como guía (que saqué de alguna página de internet). Descubrimos lo siguiente…

De las cosas que dice Christian en el libro, una de las frases favoritas es "Because I can", y en segundo lugar, "We aim to please", terminando en tercero el ya famoso, "Laters, Baby". 

Para la mayoría de nosotras, lo que más nos shoqueó y ofendió del libro fue el final, cuando Christian le pega a Ana con un cinturón (para quienes no han leído el libro o no han llegado a esa parte, que me disculpen por los spoilers).  Yo en lo personal siento que Ana se lo buscó y entiendo como a algunas de mis amigas les molesta que piense así. Finalmente, ninguna de nosotras estamos en una relación Dominante/Sumisa y la idea de que nos golpeen va en contra de todo lo que somos. Pero en el libro si es un punto importante. Anastasia no ha firmado ningún contrato, fue advertida que si no seguía las reglas se le iba a castigar, se le proporcionó un palabra de seguridad para ser utilizada cuando ella sintiera que ya no podía más, y Christian todavía no se da cuenta que la ama y que no quiere lastimarla. Pero el hecho es que Anastasia le pide a Christian que le enseñe que tan grave puede llegar a ser el castigo. 

—Enséñamelo —le susurro. —¿El qué?
—Enséñame cuánto puede doler. —¿Qué?

—Castígame. Quiero saber lo malo que puede llegar a ser. Christian se aparta de mí, completamente confundido. —¿Lo intentarías?
—Sí. Te dije que lo haría.

Pero mi motivo es otro. Si hago esto por él, quizá me deje tocarlo.
Me mira extrañado.
—Ana, me confundes.
—Yo también estoy confundida. Intento entender todo esto. Así sabremos los dos,

de una vez por todas, si puedo seguir con esto o no. Si yo puedo, quizá tú...
Mis propias palabras me traicionan y él me mira espantado. Sabe que me refiero a lo

de tocarlo. Por un instante, parece consternado, pero entonces asoma a su rostro una expresión resuelta, frunce los ojos y me mira especulativo, como sopesando las alternativas.
De repente me agarra con fuerza por el brazo, da media vuelta, me saca del salón y me lleva arriba, al cuarto de juegos. Placer y dolor, premio y castigo... sus palabras de hace ya tanto tiempo resuenan en mi cabeza.
—Te voy a enseñar lo malo que puede llegar a ser y así te decides. —Se detiene junto a la puerta—. ¿Estás preparada para esto?
Asiento, decidida, y me siento algo mareada y débil al tiempo que palidezco.
Abre la puerta y, sin soltarme el brazo, coge lo que parece un cinturón del colgador de al lado de la puerta, antes de llevarme al banco de cuero rojo del fondo de la habitación.
—Inclínate sobre el banco —me susurra.
Vale. Puedo con esto. Me inclino sobre el cuero suave y mullido. Me ha dejado quedarme con el albornoz puesto. En algún rincón silencioso de mi cerebro, estoy vagamente sorprendida de que no me lo haya hecho quitar. Maldita sea, esto me va a doler, lo sé.
—Estamos aquí porque tú has accedido, Anastasia. Además, has huido de mí. Te voy a pegar seis veces y tú vas a contarlas conmigo.
¿Por qué no lo hace ya de una vez? Siempre tiene que montar el numerito cuando me castiga. Pongo los ojos en blanco, consciente de que no me ve.
Levanta el bajo del albornoz y, no sé bien por qué, eso me resulta más íntimo que ir desnuda. Me acaricia el trasero suavemente, pasando la mano caliente por ambas nalgas hasta el principio de los muslos.
—Hago esto para que recuerdes que no debes huir de mí, y, por excitante que sea, no quiero que vuelvas a hacerlo nunca más —susurra.
Soy consciente de la paradoja. Yo corría para evitar esto. Si me hubiera abierto los
brazos, habría corrido hacia él, no habría huido de él.
—Además, me has puesto los ojos en blanco. Sabes lo que pienso de eso.
De pronto ha desaparecido ese temor nervioso y crispado de su voz. Él ha vuelto de

dondequiera que estuviese. Lo noto en su tono, en la forma en que me apoya los dedos en la espalda, sujetándome, y la atmósfera de la habitación cambia por completo.
Cierro los ojos y me preparo para el golpe. Llega con fuerza, en todo el trasero, y la dentellada del cinturón es tan terrible como temía. Grito sin querer y tomo una bocanada enorme de aire.
—¡Cuenta, Anastasia! —me ordena.
—¡Uno! —le grito, y suena como un improperio.
Me vuelve a pegar y el dolor me resuena pulsátil por toda la marca del cinturón.

Santo Dios... esto duele. —¡Dos! —chillo.
Me hace bien chillar.
Su respiración es agitada y entrecortada, la mía es casi inexistente; busco desesperadamente en mi psique alguna fuerza interna. El cinturón se me clava de nuevo en la carne.
—¡Tres!
Se me saltan las lágrimas. Dios, esto es peor de lo que pensaba, mucho peor que los azotes. No se está cortando nada.
—¡Cuatro! —grito cuando el cinturón se me vuelve a clavar en las nalgas. Las lágrimas ya me corren por la cara. No quiero llorar. Me enfurece estar llorando. Christian me vuelve a pegar.
—¡Cinco! —Mi voz es un sollozo ahogado, estrangulado, y en este momento creo que lo odio. Uno más, puedo aguantar uno más. Siento que el trasero me arde.
—¡Seis! —susurro cuando vuelvo a sentir ese dolor espantoso, y lo oigo soltar el cinturón a mi espalda, y me estrecha en sus brazos, sin aliento, todo compasión... y yo no quiero saber nada de él—. Suéltame... no… 


Ana quería saber que tan grave podía llegar a ser, él le enseñó. Finalmente, "We aim to please". Christian es quien es, y en ningún momento le esconde nada a Anastasia. Y aunque no ha firmado nada, Anastasia estaba advertida. Por supuesto que esta golpiza es diferente a las demás. En las demás, Anastasia se siente excitada por lo que está haciendo. Pero tenía que pasar algo dramático al final del libro para mantener el suspenso y continuar con el segundo.

Otro tema interesante que discutimos fue si durante la lectura sentíamos una inclinación hacia Ana o si esa inclinación era más hacia Christian. En otras palabras, con quien nos alíabamos más. Aquí, las respuestas estuvieron divididas de manera casi pareja. Unas de nosotras preferíamos el lado de Christian mientras otras preferían a Ana.

En conclusión, pasamos un rato divertido, nos reímos y platicamos hasta las largas horas de la noche. Fue todo un éxito y hasta la autora nos respondió a un twitt que le mandamos. Nos volveremos a juntar cuando la mayoría haya terminado el segundo libro.


El pan para los "subs"
El pastel

El mensaje de la autora del libro

Pasta "a le vongole"

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